Hanns y Rudolf. El judío alemán y la caza del Kommandant de Auschwitz. Thomas Harding.
Galaxia Gutemberg, 2014.
Idioma original: ingles.
Traducción: Alejandro Pradera.
Valoración: Muy recomendable.
Cuando en el año 2006 el periodista y escritor Thomas Harding
asistió al funeral de su tío abuelo Hanns Alexander, del que sólo conocía su
faceta de bromista irredento, descubrió, no sin sorpresa, que su tío Hanns había
sido el hombre que detuvo al Kommandant de Auschwitz, Rudolf Hoss, al finalizar
la guerra. Receloso de esta información, pues en la familia todo el mundo
conocía las tendencias fabuladoras del tío Hanns, Harding dedicó los años
siguientes a indagar en esta historia. El resultado final es este libro, Hanns
y Rudolf, dos biografías en paralelo donde se mezclan los perfiles públicos y
privados de dos hombres cuyas vidas se encontraron una noche fría de marzo de
1946, en una granja cerca de la frontera danesa, cuando Hanns introdujo el
cañón de su pistola en la boca de Rudolf y le obligó a confesar su verdadera
identidad.
Hanns Alexander había nacido en Berlín en 1917, en el seno de
una adinerada familia judía. Su padre, un reputado médico veterano de la
Primera Guerra Mundial, se codeaba con lo más granado de la sociedad alemana de
la época. Cuando Hitler asumió el poder y las leyes antijudías se hicieron más
duras, la familia fue emigrando poco a poco a Londres, donde les alcanzó el
inicio de la guerra con su antiguo país. Hanns lo tuvo claro desde el principio y se
alistó para combatir a los nazis, a pesar de que durante todo su servicio en el
ejército británico, más de seis años, lo hizo como apátrida, ya que Alemania le
había desposeído de la nacionalidad y su país de adopción no se la concedería
hasta 1946. Cuando acabó el conflicto y los Aliados iniciaron tímidamente sus
investigaciones sobre crímenes de guerra, Hanns fue requerido por los
británicos primero como traductor y más tarde como investigador con plenos
poderes para la persecución y detención de nazis huidos. Las dos piezas más
codiciadas a las que el tío Hanns dio caza fueron Gustav Simon, jefe de la zona
de Luxemburgo y uno de los cabecillas del Tercer Reich, famoso por su crueldad,
que posteriormente se suicidaría en prisión; y Rudolf Hoss.
Hoss había nacido a principios de siglo en una familia
disfuncional de la zona rural de la Selva Negra. Cuando estalló la Primera
Guerra Mundial, y siendo aún un niño, se alistó en el ejército. Cuando se firmó
el armisticio Rudolf Hoss tenía dieciséis años y era sargento y jefe de un
pelotón de reconocimiento en la zona de Damasco, y había sido herido varias
veces. A su regreso a Alemania la biografía de Hoss se asemeja a la de otros
reconocidos nazis: se incorpora a las fuerzas de choque de los Freikorps, se
afilia al Partido Nacionalsocialista, y pasa una temporada entre rejas, en su
caso por el asesinato de un camarada al que acusaban de soplón. Hoss siempre
fue un amante del campo y los animales, así que a su salida de prisión se
incorpora a una organización nacionalista de carácter prorural y trabaja
coordinando diferentes granjas que pertenecían a la asociación. Son los mejores
años de su vida, es aquí donde conoce a la que se convertirá en su mujer y funda
una familia. Sin embargo, esta época dulce no durará mucho, cuando sus antiguos
correligionarios asumen el poder pronto le animarán a hacer carrera en una de las
profesiones que tendría más futuro en los siguientes años: los campos de
concentración. Hoss pidió su ingreso en las SS y se fogueó primero en el campo de
Baden, después Dachau, después una empresa más arriesgada: crear y dirigir Auschwitz.
Mientras Hoss planificaba la mejor manera de llevar a cabo los planes de
exterminio que le había encomendado Himmler, el Kommandant y su familia vivían
en un chalet adosado al campo, donde disfrutaban de todos los lujos. Ajenos a
la realidad de lo que pasaba a pocos metros de su hogar, los hijos de Rudolf
jugaban en el jardín o navegaban por el río o salían a montar a caballo junto a
su padre. Sólo la derrota truncó esta aparente idílica vida, y Hoss y los suyos
se vieron obligados a huir con los ejércitos aliados pisándoles los talones.
Nueve meses después, el tío Hanns ya había olido de cerca a su presa y no
pensaba soltarla, después de amenazar a la mujer de Rudolf con deportar a su
hijo mayor a Siberia ésta acabó delatándole. El testimonio de Hoss fue clave en
los juicios de Nuremberg, desde donde fue trasladado a Polonia para acabar sus
días colgando de una soga junto al chalet de Auschwitz.
Harding intenta alejarse en este libro de cualquier muestra
de maniqueísmo, así que la historia se construye con la prosa fría de los datos
y los hechos. Sólo en el último capítulo se levanta un poco este telón de
hielo, cuando Harding vista junto con la nuera y el nieto de Hoss el campo de
Auschwitz. Porque ambos clanes mantuvieron un silencio incorruptible sobre estos
sucesos, nadie quería remover un pasado tan doloroso. En el caso de su tío
porque éste no se enorgullecía de algunas cosas, ni de su odio ni de la
detención de Hoss, que no fue precisamente un ejemplo de derechos humanos ni de
trato a prisioneros. Menos fácil debió ser para los Hoss. “Si supiera donde
está mi abuelo” afirma en este último capítulo su nieto “iría a orinar sobre su
tumba”.
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