sábado, 14 de febrero de 2015

Hanns y Rudolf. Thomas Harding

Hanns y Rudolf. El judío alemán y la caza del Kommandant de Auschwitz. Thomas Harding.

Galaxia Gutemberg, 2014.

Idioma original: ingles.

Traducción: Alejandro Pradera.

Valoración: Muy recomendable.


Cuando en el año 2006 el periodista y escritor Thomas Harding asistió al funeral de su tío abuelo Hanns Alexander, del que sólo conocía su faceta de bromista irredento, descubrió, no sin sorpresa, que su tío Hanns había sido el hombre que detuvo al Kommandant de Auschwitz, Rudolf Hoss, al finalizar la guerra. Receloso de esta información, pues en la familia todo el mundo conocía las tendencias fabuladoras del tío Hanns, Harding dedicó los años siguientes a indagar en esta historia. El resultado final es este libro, Hanns y Rudolf, dos biografías en paralelo donde se mezclan los perfiles públicos y privados de dos hombres cuyas vidas se encontraron una noche fría de marzo de 1946, en una granja cerca de la frontera danesa, cuando Hanns introdujo el cañón de su pistola en la boca de Rudolf y le obligó a confesar su verdadera identidad.

Hanns Alexander había nacido en Berlín en 1917, en el seno de una adinerada familia judía. Su padre, un reputado médico veterano de la Primera Guerra Mundial, se codeaba con lo más granado de la sociedad alemana de la época. Cuando Hitler asumió el poder y las leyes antijudías se hicieron más duras, la familia fue emigrando poco a poco a Londres, donde les alcanzó el inicio de la guerra con su antiguo país.  Hanns lo tuvo claro desde el principio y se alistó para combatir a los nazis, a pesar de que durante todo su servicio en el ejército británico, más de seis años, lo hizo como apátrida, ya que Alemania le había desposeído de la nacionalidad y su país de adopción no se la concedería hasta 1946. Cuando acabó el conflicto y los Aliados iniciaron tímidamente sus investigaciones sobre crímenes de guerra, Hanns fue requerido por los británicos primero como traductor y más tarde como investigador con plenos poderes para la persecución y detención de nazis huidos. Las dos piezas más codiciadas a las que el tío Hanns dio caza fueron Gustav Simon, jefe de la zona de Luxemburgo y uno de los cabecillas del Tercer Reich, famoso por su crueldad, que posteriormente se suicidaría en prisión; y Rudolf Hoss.

Hoss había nacido a principios de siglo en una familia disfuncional de la zona rural de la Selva Negra. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, y siendo aún un niño, se alistó en el ejército. Cuando se firmó el armisticio Rudolf Hoss tenía dieciséis años y era sargento y jefe de un pelotón de reconocimiento en la zona de Damasco, y había sido herido varias veces. A su regreso a Alemania la biografía de Hoss se asemeja a la de otros reconocidos nazis: se incorpora a las fuerzas de choque de los Freikorps, se afilia al Partido Nacionalsocialista, y pasa una temporada entre rejas, en su caso por el asesinato de un camarada al que acusaban de soplón. Hoss siempre fue un amante del campo y los animales, así que a su salida de prisión se incorpora a una organización nacionalista de carácter prorural y trabaja coordinando diferentes granjas que pertenecían a la asociación. Son los mejores años de su vida, es aquí donde conoce a la que se convertirá en su mujer y funda una familia. Sin embargo, esta época dulce no durará mucho, cuando sus antiguos correligionarios asumen el poder pronto le animarán a hacer carrera en una de las profesiones que tendría más futuro en los siguientes años: los campos de concentración. Hoss pidió su ingreso en las SS y se fogueó primero en el campo de Baden, después Dachau, después una empresa más arriesgada: crear y dirigir Auschwitz. Mientras Hoss planificaba la mejor manera de llevar a cabo los planes de exterminio que le había encomendado Himmler, el Kommandant y su familia vivían en un chalet adosado al campo, donde disfrutaban de todos los lujos. Ajenos a la realidad de lo que pasaba a pocos metros de su hogar, los hijos de Rudolf jugaban en el jardín o navegaban por el río o salían a montar a caballo junto a su padre. Sólo la derrota truncó esta aparente idílica vida, y Hoss y los suyos se vieron obligados a huir con los ejércitos aliados pisándoles los talones. Nueve meses después, el tío Hanns ya había olido de cerca a su presa y no pensaba soltarla, después de amenazar a la mujer de Rudolf con deportar a su hijo mayor a Siberia ésta acabó delatándole. El testimonio de Hoss fue clave en los juicios de Nuremberg, desde donde fue trasladado a Polonia para acabar sus días colgando de una soga junto al chalet de Auschwitz.


Harding intenta alejarse en este libro de cualquier muestra de maniqueísmo, así que la historia se construye con la prosa fría de los datos y los hechos. Sólo en el último capítulo se levanta un poco este telón de hielo, cuando Harding vista junto con la nuera y el nieto de Hoss el campo de Auschwitz. Porque ambos clanes mantuvieron un silencio incorruptible sobre estos sucesos, nadie quería remover un pasado tan doloroso. En el caso de su tío porque éste no se enorgullecía de algunas cosas, ni de su odio ni de la detención de Hoss, que no fue precisamente un ejemplo de derechos humanos ni de trato a prisioneros. Menos fácil debió ser para los Hoss. “Si supiera donde está mi abuelo” afirma en este último capítulo su nieto “iría a orinar sobre su tumba”.

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